Por Javier Gochis
Passaic, NJ.- “Hay de vainilla, naranja o nuez, ¿de qué la va a querer?”, pregunta Doña Lourdes a los clientes cuando llegan a la Panadería Tlaxcalita, ubicada en la población de Passaic, Nueva Jersey, Estados Unidos, para comprar la tradicional Rosca de Reyes, adornada con fruta seca –principalmente higos- y chispas de colores.
Las roscas varían de tamaño y precio, -de 25 a 35 dólares-, de sabor, de decorado, pero al probarlas –el santo olor de la panadería- como decía el poeta Ramón López Velarde (1888-1921) evoca los recuerdos de la Patria Suave. El traslado hasta el lugar es una hora en tren- desde Nueva York al vecino Nueva Jersey; nueve dólares el viaje redondo.
Originaria de San Juan Huactzinco, Tlaxcala, México, la señora Lourdes Méndez radica en Estados Unidos desde hace quince años, pero fue hasta hace poco que decidió echar a volar su imaginación y recobrar la antigua receta que sus abuelos le heredaron a sus padres y que a su vez ellos le enseñaron: la de cómo elaborar la Rosca de Reyes.
Como muchos otros migrantes mexicanos que llegan a la América ignota -en palabras del escritor guanajuatense Jorge Ibargüengoitia (1928-1983)- ha tenido que buscar diversas formas de vivir, y encontró en su tradición, “mi sustento. –dijo-, este pan lo hacía en mi pueblo desde que era niña”.
La tradición…
Con un chocolate, una taza de café o un vaso de leche, la Rosca de Reyes es sin lugar a dudas un manjar que pone a prueba el paladar más exigente. Propios y extraños sucumben ante su sabor, pero más que nada, ante la algarabía que provoca partirla y encontrar la figura del Niño Dios.
Traída por los españoles que llegaron al Nuevo Mundo, la Rosca de Reyes forma parte de una de las tradiciones más arraigadas en la cultura mexicana. Es inconcebible pasar una Noche de Reyes sin este delicioso pan, los recuerdos de la infancia evocan los olores y sabores que conlleva la celebración de la fiesta de la Epifanía.
Sin embargo, allende las fronteras el panorama es diferente y la Rosca de Reyes que en México se encuentra en cualquier panadería, se convierte en un manjar exótico, raro y por lo mismo difícil de hallar; no obstante, la tradición se impone y en el lugar menos pensado, ahí está, en espera de sus comensales.